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domingo, 22 de diciembre de 2019

I CONCURSO LITERARIO

Biblioteca.

TU HISTORIA CON EL FÚTBOL

Publicación de los 4 trabajos preseleccionados. Primer al Cuarto puesto.


Entropía, por Agustín Zocola  (PRIMER PUESTO)

Por definición, la entropía es una magnitud física que permite determinar la evolución de un sistema en base al ordenamiento de sus moléculas. Si el sistema posee una tendencia al desorden, la variación de entropía entre su estado final e inicial lleva signo positivo. Contrariamente, si tiende al orden el signo es negativo. El concepto fue introducido en el siglo XIX, y al cabo de unas décadas un austríaco lo adoptó para redefinir la segunda ley de la termodinámica. Esta ley establece que la entropía del universo se encuentra continuamente en aumento, lo que implica un signo positivo de dicha magnitud y, por ende, nos encontramos en un proceso de desorden constante.


Supongamos que inicialmente tengo un sistema conformado por dos elementos: una taza de café y un sobre de edulcorante. Decido endulzar el café. El edulcorante, al entrar en contacto con el café se disolverá transformando al sistema inicial en uno de un único elemento: café dulce. La infusión y el endulzante ya no se encuentran separados, están desordenados en una mezcla. Dado que el sistema se desordenó, la entropía es positiva. Ahora, si yo decido realizar el proceso inverso, separar ambos elementos, casi que es imposible. No resulta sencillo volver a ordenar al sistema en café y edulcorante por separado. De esta forma se cumple la ley: el sistema tiene tendencia a desorganizarse (no al revés) y aumenta la entropía del universo en el que está contenido (entropía positiva).

La persona que está leyendo esto se debe estar preguntando por qué corno el tipo me está hablando de fenómenos fisicoquímicos si tenía que hacer un relato de fútbol. "Seguro es un inútil. Tenía una única consigna: hacer un cuento de fútbol y nada más. Se ve que ya ni las cosas más sencillas se les puede pedir a los pibes de ahora". La cuestión es que en esta vida todo es relativo y se puede plantear analogías de lo que a uno se le ocurra. Entonces yo voy a decir que la entropía es como el fútbol. O el fútbol es como la entropía, mejor dicho.

Mi percepción es la siguiente: al igual que en la entropía, todo aquello que tienda al desorden y la desestructuración en el fútbol es positivo. Tirar papelitos a la salida de los equipos, cantar desafinadamente en una tribuna, jugar un picadito, un grito de gol... Todo eso proviene de la parte del cerebro que controla nuestros sentimientos y es libre de todo razonamiento lógico, todas ellas acciones que a mi parecer equivalen a una mentalidad sana. Desorden. Entropía positiva. Fútbol positivo. Cuando la atención se canaliza en la neocorteza, que es el sector que se encarga de la racionalidad y el pensamiento analítico, el cerebro mismo nos obnubila y perdemos la esencia del deporte. Ahí es donde entra en juego lo que nos llega desde los medios muchas veces. Ese análisis dato por dato de los partidos. Nos obsesionamos con cifras de posesión, pases correctos, tarjetas, tiros al arco... Tenemos canales enteros que informan en todo momento acerca de qué es lo que ocurre por fuera de la cancha... ¿Qué sentido tiene si no nos centra en disfrutar del deporte? Desvía la atención erróneamente y acabamos absorbiendo información innecesaria. Orden. Entropía negativa. Fútbol negativo. Debería procesarse todo como en la segunda ley de la termodinámica, aumentando y promoviendo continuamente las pequeñas cosas que hacen del fútbol algo positivo.

- ¿Qué tenés que hacer ahora...? ¿Es para mañana eso...? Bueno, dejalo ahí que vamos a la cancha… Si, a la cancha… ¿Chiquito? Tenés 9 años ya, no me parecés chiquito. Dale, dejá todo y vamos… De convencerla a mamá me encargo yo, no te preocupes.

Año 2007. Torneo Apertura. Tigre, Banfield y Boca acechaban a un Lanús que los miraba a todos con holgura. El equipo venía de perder precisamente con los del sur la jornada anterior y a falta de 4 fechas recibía a un endeble San Martín de San Juan complicado con el descenso. Era uno de esos partidos que definen si todavía podés aspirar al título, o si te pinchás definitivamente y quedás en el camino.

Siendo de San Fernando, el estadio nos quedaba a unas 15 cuadras. Recuerdo haber tironeado incesantemente del brazo de mi viejo cada una de ellas intentando convencerlo de que apurara el paso. Llegamos a la boletería improvisada (era un container con ventanillas) que el club aún coloca en la esquina de Av. Perón y Carlos Casares para la venta de entradas. Abonamos y procedimos a acercarnos al cordón policial para el chequeo. Apenas me tantearon los bolsillos y algo del torso. Al viejo, en cambio, faltó que le pidieran las huellas digitales y le revisaran los antecedentes penales para dejarlo pasar. A esa altura el bullicio proveniente de la popular ya me generaba una ansiedad tortuosa. Enfilamos directamente hacia el sector bajo de tribunas, posición desde donde pude echar un primer vistazo de aquel pulcro e impecablemente verde césped. De momento, albergaba el segundo tiempo del partido de reserva.

- ¿Te parece si vamos subiendo? -el viejo me miraba expectante con una mueca de satisfacción en la cara- Ya llevamos 10 minutos acá abajo. Javier nos debe estar esperando.

No fue hasta que le di la espalda al campo de juego que me constaté de lo imponente de la popular local. Llegué agitadísimo al punto de encuentro: escalón 1637 más o menos, costado izquierdo mirando hacia la cancha, aproximadamente a la altura de la “E” pintada de blanco. Lo que vi a continuación al girar nuevamente es hasta hoy una de las postales más lindas que vi en mi vida.

Era alto, muy alto desde donde estábamos. La bandera del club, gigante, ondeaba suavemente en el mástil junto con una más pequeña de Argentina. La gente que estaba abajo de todo se hacía visera con la mano en un intento de localizar a sus conocidos dentro del mar de cabezas. Unos trapos largos atravesaban la tribuna desde el alambrado hasta lo más alto de la misma, mientras que en el centro de la escena se seguía disputando el encuentro entre los juveniles. Del otro lado, en la tribuna opuesta, un puñado de sanjuaninos que habían arribado desde la provincia estaban atando las telas verdinegras de manera idéntica a las propias. De fondo, sonaba un tema emblemático de Cacho Castaña por el altoparlante «Revienta la bailanta ya comienza el show… se llena el escenario de luz y color...» Después de todo era cierto, el club había vuelto a primera después de más de 25 años, y como agregado se daba el lujo de pelear el campeonato.

- ¿Te viniste con el pibe hoy, Ricky? -Javier llegaba agotado pero rebosante de alegría. Detrás, un señor de avanzada edad lo seguía con el semblante un poco más fruncido. Era Rubén, el padre. Transpiraba la gota gorda en el esfuerzo por subir otro escaloncito.

- Tarde o temprano lo íbamos a tener que traer. ¿Qué mejor partido que este, no? -el viejo sonreía complacido con su iniciativa.

Eventualmente el encuentro de reserva finalizó. Se colocaron los aspersores y se inflaron unas mangas plásticas. En algún lugar del recinto comenzó a sonar un redoblante. Era un ritmo bastante sencillo. Se sumaron bombos y, al cabo de unos segundos, trompetas se complementaron a la melodía. Acto seguido, un murmullo comenzó a llegar desde el centro de la tribuna, murmullo que fue cobrando fuerza. Un pibe algo más chico que yo se acercó y me entregó un diario.

- Tenés que romperlo... Como formando papelitos… Ya vas a ver para qué son -Javier me explicaba mientras el viejo se reía. Se entretenía con mi ignorancia el muy turro.

Una voz procedente del parlante informaba las alineaciones al tiempo que por la parte baja asomaba la “orquesta”, un desfile interminable de instrumentos, banderas y paraguas. Escalaron hacia el sector central desocupado hasta entonces. Comenzó a sonar un fuerte chiflido. Diez hombres de verde y negro, y uno de blanco, habían salido por una de las mangas. Los aspersores ya no estaban. El canto de la gente se intensificó.

- ¿Cortaste los papeles?... Bien, tenelos a mano -el viejo prolongaba mi perplejidad.

El piso se empezó a mover y me miré angustiado las zapatillas.

- Quedate tranquilo que no se cae. Vos tenías que ver lo que era la de madera. En esa sí te pegabas un julepe bárbaro -me informó Rubén entre sosegadas risas.

Lo que sí cayó fue el clamor de la gente sobre los otros once tipos que egresaron de la manga restante.

- ¡Ahora negro, revolealos!... ¡¿Cómo que qué cosa?! ¡¡Los papelitos!!... ¡¡¡Para donde vos quieras, dale!!! -me apuró el viejo.

Volaron los papelitos.

Se empezó a desplegar lentamente un telón desde la parte alta de nuestra tribuna. El lienzo nos cubrió por completo, bañándonos a todas esas almas vociferantes en su tinte azul y rojo. En ese momento lo vi a mi viejo. Tenía una sonrisa en el rostro, de esas prominentes que te salen cuando te sentís de verdad realizado, de esas que se te dibujan cuando vos estás en paz con la vida y no necesitás nada más porque con lo que tenés basta y sobra. Era la sonrisa de una persona que acababa de introducir a alguien que ama en algo que ama.

Tigre ganó el partido 3 a 0. No fue suficiente. Lanús ese año se consagró campeón del torneo local por primera vez en su historia a falta de una fecha. Pero resulta irrelevante todo esto que digo, ningún resultado, ninguna estadística, puede hacerte sentir lo que sintió mi viejo esa tarde de noviembre de 2007.

Cuando tuve edad suficiente para ir a la cancha por cuenta propia me incliné por adoptar una perspectiva algo más “bohemia” si se quiere. Decidí deambular por los estadios argentinos sin más razón que por el placer de observar y experimentar al fútbol, propio y ajeno, en su estado más puro y de desorden.

Visité Vicente López para ver a Platense disputar un partido crítico por el ascenso contra Estudiantes de Caseros por B Metropolitana. Lo que me llevé de ese encuentro no fue el resultado, sino uno de los recibimientos más eufóricos y pasionales que recuerdo. Afortunadamente, a las pocas semanas logró ascender al Nacional y puedo decir que concurro con frecuencia desde entonces. Fui un par de veces al Monumental a ver al River de Gallardo desplegar ese fútbol dinámico y vistoso que lo caracteriza. También asistí a La Bombonera en un partido de despedida pre-mundial con el pretexto de ir a ver jugar a Messi. Imposible no quedar maravillado ante el mejor del mundo, quien esa noche desordenó constantemente a defensores haitianos. También recuerdo que tuve que contener las lágrimas por el simple hecho de tener que bajarme del subte en Parque Patricios por primera vez, el día que me asocié al club del que soy hincha. Ni hablar cuando pisé el Ducó ese mismo domingo, convirtiéndome para siempre en una garganta más del Palacio. Me tocó ir a Banfield y Lanús por encuentros de Copa Argentina, donde en el segundo tuvimos que transitar veinte cuadras ida rodeados de Gallinas, y veinte vuelta en soledad a las doce de la noche. Sin embargo, morimos de risa cuando contamos la anécdota. Logré ir a Vélez, cuando la relación era armoniosa y Mauro Zárate todavía podía pisar el Amalfitani sin ser silbado. Tuve la fortuna de ver ascender a Defensores en esa final con UAI Urquiza, y de venir al Bajo Belgrano a saldar la deuda que tenía con Excursio por ello.

Mi historia con el fútbol se basa en eso: apreciar la vorágine latente en las cosas más sencillas: alentar en la popular, abrazar desconocidos en el júbilo de un gol, o hasta escuchar a Julián Bricco enfático decir “tremendo ñoca” en TyC Sports. Son detalles, pero son los responsables de que cada día me sienta más cercano a esa sonrisa que le vi a mi viejo hace 12 años. Desorden. Entropía positiva. Fútbol positivo.



UN SENTIMIENTO INEXPLICABLE, por Fausto Molina (SEGUNDO PUESTO)

Yo tenía cuatro o cinco años cuando mi papá me llevó por primera vez al Coliseo del Bajo Belgrano y me hice hincha de Excursionistas. Antes de eso era muy chiquito para ir a la cancha y era hincha de River y solamente miraba partidos por televisión. Mi viejo ya era de Excursio porque fue al colegio por el barrio y después vivió a dos cuadras de la cancha. Y un sábado cualquiera del 2011 me dijo “bueno, ahora ya te puedo llevar a ver al Verde” y descubrí un mundo nuevo. Cuando estábamos yendo a la cancha por la bajada de las Barrancas de Belgrano le dije a mi viejo: “mirá si uno de Excursio hace un gol de chilena”, y él se rió y me dijo que esto no era la play station. Cuando llegué a la cancha me pareció muy grande y linda. Todavía era de pasto, no como ahora que es de césped sintético. No me acuerdo bien si el partido era con Berazategui o con San Telmo. En el primer tiempo nos hicieron un gol de cabeza y cuando estaba por terminar el segundo tiempo vino un centro de Excursio y un jugador dio una vuelta en al aire para hacer una chilena y la metió en el ángulo. ¡Gooool! Me acuerdo que mi viejo tenía un celular chiquito que se le cayó al suelo cuando festejamos abrazados. “Viste que íbamos a hacer uno de chilena”, le grité. Cuando volvíamos caminando a casa le dije algo así como “me hace mal acordarme del gol que nos metieron”, y entonces él me dijo “ah, si sufrís por un gol quiere decir que ya sos hincha del Verde y lo vas a ser toda la vida”. Y tenía razón.

Con el tiempo me fui haciendo mucho más fanático de Excursio que de River. En mi casa ya todos se daban cuenta pero en el colegio no me animaba a decir eso porque ninguno de mis amigos era de clubes de la C y me daba miedo que me carguen por ser de un equipo chico. Yo ya tenía camisetas de Excursio pero cuando iba a un cumpleaños o a jugar a la pelota me ponía la de River. Mis amigos son de los equipos grandes River, Boca, Independiente, Racing, San Lorenzo. A mí me gusta más el fútbol de ascenso. Y me volvía loco por el Verde, pero no podía compartir eso con ningún amigo, solamente con mi papá.

Cuando vamos a la cancha me gusta ir a la tribuna atrás del arco en el primer tiempo para ver cómo ataca el equipo y ver a los jugadores de cerca. El campeonato que más me gustó fue el que salimos campeones, cuando yo tenía nueve años. Me acuerdo que en un partido contra Jota Jota Uquiza le pedí los guantes a nuestro arquero Juanchi Arias Navarro y él me tiró buena onda y me dijo que me los regalaba y me los pasó por el alambrado. Ese día estaba muy contento y me hice todavía más fanático de Juanchi. Este año él vino al Bajo a jugar como arquero de Dock Sud y cuando se acercó al arco todos los que estábamos en esa tribuna lo aplaudimos y le dijimos que lo queríamos mucho y me emocioné cuando él me saludó por mi nombre: “¡Hola Fau!”, me dijo. Me gustó que más de tres años después seguía acordándose de mí. Yo siento que es un amigo que me dio mucha alegría con ese campeonato. En ese partido con Sacachispas cuando salimos campeones casi me pongo a llorar y entramos a festejar a la cancha con mi viejo y después fuimos a comer una pizza a Cabildo y Juramento. Ese día no me lo olvido más.

Me encanta ser de Excursio. Es un sentimiento inexplicable. Me gusta compartir esos momentos con mi viejo y me parece mucho más lindo que ser de un equipo grande. Ojalá que toda la vida pueda ir a la cancha y si tengo hijos que se hagan de Excursio como yo. Algo que me gusta es que cuando perdemos seguimos alentando y seguimos yendo. Este año además empecé a jugar al baby fútbol en el club y la primera pelota que toqué fue gol. Empecé jugando de delantero y ahora estoy de defensor pero me mando al ataque y hago bastantes goles. Jugar con la camiseta y el escudo de Excursio en el pecho es muy lindo. En mayo cuando ganamos el primer partido contra Villa Luzuriaga me emocioné y por un momento sentí que estaba jugando en primera.

Pero volviendo a la vergüenza que me daba hablarles a mis amigos del colegio sobre Excursio, quiero contar algo que pasó este año y me cambió totalmente. Fue en marzo cuando fuimos a ver un partido como cualquiera contra Central Córdoba de Rosario y pasó algo increíble. Íbamos perdiendo 2 a 0 y estaba por terminar el partido. Mi papá me dijo “vamos cerca de la salida”, porque después tenía que ir a un cumpleaños de mi amigo Nico y antes tenía que pasar por casa para cambiarme la camiseta de Excursio por la de River. Entonces cuando estábamos cerca del portón veo que hacemos un gol y le dije a mi viejo “vamos al alambrado”, y le grité: “¡te juro que si empatamos voy con la camiseta de Excursio al cumple!”. Y enseguia vino el empate y no lo podía creer. ¡Festejamos como locos! Pero cuando parecía que todo terminaba así vino un córner para nosotros y después de un rebote ¡¡goooool!!… ¡Lo dimos vuelta, 3 a 2! Fue una locura total, a mi papá se le cayó el teléfono en el festejo (como en el primer partido al que fuimos juntos cuando era chiquito) y un rato después alguien me lo señaló y se lo llevé y nos volvimos a abrazar. Y también me abracé con un tipo que veo siempre en la cancha, como si fuera un amigo. Y el partido terminó y todos festejamos con los jugadores y yo me emocioné tanto que me puse a llorar y no podía parar de llorar. Y entonces mi viejo me dijo “vamos” y cuando salimos un señor grande me preguntó si me sentía bien y una señora desde una ventana preguntó cómo había salido Excursio y le dije “ganamos” levantando un brazo mientras seguía llorando. Cuando llegamos a Luis María Campos tomamos un taxi para ir al cumple sin pasar por casa y el taxista nos dijo “¿qué pasó con Excursio? Estoy viendo a toda la gente que camina por acá muy contenta”, y le contamos todo lo que había pasado mientras volvíamos a mirar los goles por la transmisión de Mirada Albiverde por Youtube. Y así llegamos al cumple de Nico con la camiseta del Verde puesta. Ya no me importaba si me cargaban o si me decían que era de un equipo chico. Porque soy orgullosamente de Excursionistas y no me importa nada lo que digan los demás.




Un mundo desconocido y la pasión oculta, por Ariadna Quijada (TERCER PUESTO)

Me llamo Ariadna. No me parece un pequeño detalle mi nombre, porque en parte, también tiene relación con el deporte. Me iba a llamar Martina por Martín Palermo, ídolo de Boca. Nací el 28 de noviembre del 2000, el mismo día que él marcó dos goles contra el Real Madrid en una copa Intercontinental. De ahí, la explicación. Luego decidieron que no me iban a llamar así y eso no tiene explicación. Como el fútbol, a veces simplemente se entiende y otras veces no.

El fútbol me ha dado y sacado lo mejor de mí. Así es, me dio identificación desde el primer momento porque, como les dije antes, hasta mi nombre tiene una explicación futbolera. A los 10 años, me hizo tomar una decisión que termino siendo más importante de lo que podía creer. Contexto: familia muy bostera, pero yo quería ser de River, no sabía porque, simplemente me gustaba más. Dicho y hecho, me cambié de club. Sentí algo muy lindo, como un alivio, años después entendería el porqué.

Pero también me ha sacado, parte de mi quedo en la final del Mundial 2014. Donde por primera vez sentí tristeza, felicidad, orgullo y todo lo que se puede generar con el fútbol. En este evento logre entender lo que sentía mucha gente y toda la revolución que provocaba una Copa del Mundo. Hasta ese momento, muy ajeno a mí.

Con el tiempo y cuando me quise dar cuenta, ya mi vida dependía de eso, pero no solo de la selección, sino también de mi club, River. Organizaba mis horarios según un fixture. Cuando me invitaban a algún lugar y había partido yo decía que no podía e intentaba inventar alguna excusa más o menos creíble, pues era mujer y solo tenía 14 años, mis amigas no entendían esta locura. Hoy, 5 años después, siguen sin entenderla.

Otra parte de mi, también quedo en la Copa América 2016, mi ídolo futbolero, mi capitán y el 10 de nuestra selección. Se estaba yendo. Tenia una angustia en el pecho enorme y muy difícil de explicar. A los meses, cuando él volvió. Volví yo, volvió mi sonrisa. Claro, había vuelto el fútbol. Se podría decir que es un momento bisagra, hasta ese día, no sabía lo que era sentir admiración y amor por alguien que no conociera personalmente.

Parte de mi quedo en la final de la Copa Libertadores 2018. No soy la misma desde ese día. Sentí exactamente lo mismo que cuando tome la decisión de ser de River en el 2010. Estaba en la vereda correcta y mi vida ya no sería lo mismo.

El fútbol me hizo conocer un amor incondicional hacia algo tan abstracto como un club o hacia personas que jamás voy a conocer. Creí que jamás nada ni nadie me podía hacer sentir algo así. Que ilusa, era porque no conocía este deporte.

Lo uso como plan de escape. Hago de el un cable a tierra, que me conecta con lo mejor que tengo: la pasión. Me da momentos tristes pero también de felicidad plena, sin pedir nada a cambio, ¿Cómo no estar enamorada? Yo también le doy cosas al fútbol. Se queda con todo lo mío, y lo dejo. Le doy mis estados de ánimo, mis madrugadas, mi tiempo y sobre todo, mi corazón.

Mi vida con relación al futbol se refiere a eso, mi nombre, mi ídolo y mi club. Todo lo que soy y me representa. Gracias a eso se escribe la historia de mi vida. El fútbol no solo me ha dado y sacado lo mejor de mí, sino que me hizo ser quien soy.




No es solo fútbol…, por Micaela Pistoia (CUARTO PUESTO)

“El esfuerzo de hoy es el éxito de mañana”, frase que tiene tatuada el joven jugador de 1era división de Excursionistas, Sebastián Pistoia.

El fútbol no tiene edad ni género. Para muchos argentinos, va más allá de ser un deporte en el que el objetivo es meter gol en el arco del equipo contario; es compañerismo, amistad, enemistad, ilusión, decepción, tiene una historia, es un lugar de encuentro, es estar ansioso y ponerte contento por ir a la cancha, alentar a tu equipo y cantar las canciones a puro pulmón. Es simplemente pasión y amor, pero es tan intenso que muchas veces tu ánimo depende de aquel; si gana tu equipo favorito, sentís una alegría inmensa, pero si pierde, sentís una gran tristeza. Sea cual sea el resultado, ir a la cancha y hacerle el aguante, es algo emocionante y que no se compara con nada.

En el caso de Sebastián, desde sus 3 años, que su pasión y amor por el fútbol comenzó a destacarse y actualmente, a sus 20 años, continúa intacta. Es algo que vuelve a elegir día tras día, se trata de un sentimiento que ya no puede expresar con palabras, sino que es algo que lo llena y lo hace sentir vivo.

Se crio literalmente en el ambiente del fútbol; se pasaba todas las tardes jugando en el club Sociedad de Fomento de Villa Martelli junto a sus compañeros. Prácticamente su vida entera dedicada al deporte que le fue posible gracias a su personalidad perseverante, humilde y sacrificada.

Sus inicios comenzaron en aquel club barrial donde también lo hizo su padre, ídolo y referente, como nos cuenta y quien también lo impulsó a empezar fútbol. Allí jugaba en baby futsál día y anoche, siempre con la pelota junto a él. Cada vez crecían más sus ganas de conventirse en jugador profesional, y así fue como a los 6 años, no le bastó con jugar allí, sino que aspiró a más.

Fue a probarse en el club de Liniers, Vélez Sarsfield donde permaneció hasta sus 13 años y en esa etapa de su vida, muy convencido, se dio cuenta que eso era a lo que se quería dedicar su vida entera. Jugó en diversos campeonatos y con diversos rivales y participó en torneos viajando por el interior del país. Así fue como poco a poco, fue adquiriendo herramientas para formarse tanto como persona y profesional.

Luego de esa etapa que marcó su vida, y en la cual fue muy feliz, se fue a aprobar en otros clubes para crecer cada vez más. Pasó por Platense y Aldosivi. Finalmente, Excursionistas le dio la bienvenida; un club fundado hace 109 años, cálido y con una gran historia. Al principio, como todo cambio, le costó acostumbrarse al club y a sus nuevos compañeros y directivos, pero con el tiempo fue tomando reconocimiento y aprecio por estos. En esta etapa comenzó en su categoría de inferiores en la que permaneció 3 años, luego pasó a reserva donde estuvo unos 2 años y este último año, pasó a la primera.

Al club del bajo Belgrano le tiene un gran aprecio, ya que, fue el que le dió la posibilidad de cumplir su sueño; debutar en primera división, el día más importante de su vida y para el que se preparó y esforzó desde los 3 años. “Es algo que luchas durante mucho tiempo para conseguirlo y de que un día a otro, después de tanto sacrificio, se te cumpla es algo increíble. Se requieren de muchos factores para cumplirlo, pero al fin y al cabo no hay nada comparado con hacer lo que realmente nos hace ser” nos comenta. “También conlleva muchas responsabilidades y nervios pero como jugador es lo más grande y lindo que aspiras desde que sos chico.” Agrega.

En cada entrenamiento, concentración, viaje y momentos con sus compañeros de fútbol, hay anécdotas, pero la que más destaca y recuerda es su debut. Nos comenta que cuando hizo la concentración con sus compañeros que para darle la famosa bienvenida al plantel, lo raparon y le cortaron el pelo todo disparejo. Suena raro que eso significara algo, ya que, para cualquier otro no es ni más ni menos que un simple corte de pelo, pero para los que saben de fútbol, también saben que se trata de una especie de ritual y que simboliza el bautismo de primera. Lo hizo sentir especial y perteneciente al grupo.

Algo que también destaca es que desde muy chico hubo representantes que lo querían llevar a países tales como Holanda, pero Seba estaba totalmente negado, ya que, le parecía injusto que haya acomodos y que si algún día llegase a tener la suerte de estar en primera, fuese por sus propios méritos y no por la ayuda de un contacto. Es una persona justa y por eso, no le parecía para nada. Hasta el día de la fecha, nos confiesa que se arrepiente un poco de no haber aceptado tales ofertas porque como a cualquiera nos da intriga saber el que pasaría si las cosas hubiesen sido diferentes, pero está muy contento donde se encuentra.

Aunque no todo fue color de rosa en su carrera, sino que después de haber jugado en Vélez, quedó devastado, pues había entrenado y esperanzándose en aquel club durante 10 años y quedó libre. Pensó seriamente en abandonar su sueño de ser jugador profesional y dedicarse a otra cosa, tirando todo su esfuerzo y sacrificio a la basura, algo con los que seguramente muchos se sentirán identificados. Estuvo casi un año replanteándoselo, sintió que ya no era lo mismo y que no servía para nada. Por suerte, fue un pensamiento que duró un tiempo y luego retomó su pasión y volvió a darle con todo de nuevo.

Tal vez, aquella decepción fue la que lo hizo levantarse con más fuerzas y dar todo de él. Nos cuenta que el fútbol, tanto como cualquier otro deporte, nos trae decepciones, tristezas y cansancio, pero la clave no está en superar siempre, sino en nunca abandonar, pensar siempre en positivo y dar nuestro mayor esfuerzo. Sin el fútbol no se sentía ni se volvería sentir él. Es parte de lo que era y es, y no se puede escapar ni abandonar a uno mismo ni de todo lo que fue construyéndolo a él como persona. Es su identidad.

Ahora a sus 20 años, está muy comprometido con el fútbol y nos cuenta que su día empieza a las 7am con un desayuno rico en proteínas acompañado de una dieta que le asigna el club. Luego se dirige al bajo Belgrano para realizar su entrenamiento junto a sus compañeros. Él, como muchos otros que sienten este deporte, cada día disfruta el entrenamiento, pues las pequeñas cosas son las que te hacen llegar a alcanzar tu meta. Además de esto, agrega que “No hay nada más gratificante que estar la cancha escuchando como es que la hinchada te ovaciona cuando haces algo bien o algo mal, te motivan a dar el 100%. Sentís que el público se viene abajo, es algo que nunca ni siquiera te imaginas y que te llena de orgullo.”

Igualmente querido lector, como es de saber y por más que quisiéramos, no todo en la vida es fútbol. La realidad es que esta carrera es muy sacrificada y termina a corta edad. Inclusive hay veces que ni se presenta la oportunidad, por eso hay que estar preparado para afrontar la vida. Actualmente, Seba, se encuentra cursando el 2do año de relaciones laborares en la UBA, aunque nos cuenta que nunca siquiera imaginó su vida sin el fútbol, es parte de él y sin éste no sabría reconocerse.

Pistoia es una persona que le gusta dejar un mensaje y un recuerdo en cada cosa que realiza. En esta ocasión, la reflexión es que toda actividad que realices, ya sea de cualquier índole, es fundamental el apoyo, acompañamiento y ayuda del otro; la familia y los amigos. Son el motor que nos impulsa día a día. Él, muy probablemente se hubiese quedado a mitad de camino si no hubiese sido por ese respaldo. Esforzarnos por algo que queremos, es clave para conseguirlo. No hay que tenerle miedo a intentar algo que nos gusta y en su defecto al fracaso, (no en con el fútbol necesariamente, sino en nuestro día a día) justamente de eso se aprende y nuestra actitud y forma de ser frente a ello, es lo que define tanto nuestra esencia como nuestra identidad. Al fin y al cabo, es lo que nos hace ser nosotros.



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