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domingo, 3 de mayo de 2015

EL PORTICO DEL BAJO.

HISTORIA DEL BAJO BELGRANO VI entrega. 

Hasta la estación Belgrano C llegaba el río que golpeaba el terraplén del ferrocarril. Luego se fueron ganando esas tierras por medio de rellenos de la costa baja, el sistema de "polders" utilizado en Holanda y Bélgica.

La estación Belgrano C en 1938. Vista hacia la Av. Juramento.

Como entonces aún hoy, la línea férrea confirma la material división entre el "Bajo" y el "Alto".


Al decir de don Héctor Iñigo Carrera, la estación Belgrano C era "el pórtico del Bajo". Era el límite del contraste. De un lado, enfrente, el elegante Club Belgrano social, exclusivo para sus miembros. Del otro lado de las vías, se penetraba en otro mundo, con su malevaje y sus guapos, que hacían un culto al coraje.

El culto al coraje se fundaba en el valor personal, el desprecio heroico y teatral de la vida y la exageración enfermiza de la susceptibilidad. Era en el Bajo Belgrano donde los guapos dirimían sus pleitos a cuchillo. Su esgrima del facón.

Pero eso era entre ellos. A veces los hechos no ocurrían en el Bajo. El Bajo les servía de refugio y escondite cuando huían de la justicia; entonces se producían entreveros de proporciones cuando la policía encontraba las guaridas.

Mucho se ha hablado del ambiente difícil que se vivía en el Bajo. "No obstante, nunca hubo allí crímenes ni robos" testimoniaba la señora Serafina López de Quiroga. Su padre Sergio López, español, era dueño de una tropa de carros. La familia vivía en la calle La Pampa al 600 (en la cuadra en donde hoy se encuentra la confitería "Selquet"). En el sitio en donde los viejos vecinos vimos estar la Fiat, el predio de Ramsay, Alcorta (antiguamente calle Maciel), Echeverría y Sucre, hoy ocupado una manzana en parte por la estación de servicio YPF y la otra manzana por dos tremendas torres de más de 30 pisos -donde previamente estuvo la empresa OCA-, fueron el lugar de guardado de los carros de la familia. Le arrendaban esos terrenos al Dr. Carlos Delcasse, haciendo efectivos los pagos en el Banco Francés y del Río de la Plata de la calle Perón y San Martin (hoy Banco Patagonia), como también en su casa de la calle Cuba.

Don Sergio López, dada su ocupación, si el tiempo era bueno, dejaba la caballada y los arneses sin guardar. Un día desaparecieron 2. Quien los había robado, lo había hecho a cambio de un litro de vino. Pero consciente del mal que había hecho, volvió a pagar los arneses y los devolvió a su dueño. Para estar seguro que fueran recuperados por Don Sergio, sin ser visto, los colocó en el mismo lugar y aguardó toda la noche entre los abrojos para estar seguro que llegaban a su dueño.

Dos hermanos de Don Sergio López -Angel y Segundo- compraban los trapos y metales a los cirujas de la quema próxima. Todo lo que era metal se enviaba a Francia para su industrialización.

Los cirujas, como tales, eran gente que vivía al día. Don Angel López, que tenía cuenta en el boliche de Testuri, en la Papa Grossa y en El Burro Blanco, les permitía que a su nombre tomaran alguna copita sin pagar. Bastaba sólo que dijeran "una caña a cargo de don Angel..." Luego al cabo de unos días, se presentaba don Angel a "arreglar la cuenta" y confiaba plenamente en la que le presentaban los almaceneros.

Tal era el crédito que se tenía y la honestidad entre los pobladores del Bajo.

Don Angel fue una persona muy querida. Al morir lo acompañaron al cementerio numerosas personas que iban en 22 coches. En el último iba don Emilio Caillou, personaje mitológico del Bajo Belgrano. Había llegado en 1862. Vivía en las proximidades de Maciel (Figueroa Alcorta) y Echeverría. Su casa era de madera, estilo inglés, posiblemente comprada en Europa y armada en el Bajo. Lo llamaban "doctor" por sus conocimientos de jurisprudencia. Era radical intransigente, que en la Revolución de 1890 no dudó en acantonarse en Cerrito y Lavalle.

Los vecinos del Bajo se estimaban y respetaban mucho. La parte más difícil era el norte, hacia la calle Blanco Encalada, donde estaba el Arroyo Vega.

La señora Serafina López contaba que, junto a su hermana, debía cruzar el Bajo desde su casa de La Pampa al 600 hasta el Instituto Santa Ana, en Blandengues (hoy Av. del Libertador) entre Mendoza y Olazábal, donde iban a aprender costura. Las calles no tenían iluminación y a la salida de la escuela la oscuridad y la soledad se adueñaban del lugar. No obstante, nunca pasaron sobresalto alguno.

Ella recuerda a Duarte, agente de policía de la seccional 33 (era la que tenía entonces jurisdicción antes de ser inaugurada la 51 en la década del '80). Tenía su parada en Echeverría y Húsares; vigilaba la zona con celo. Lo definía su varita. Representaba en el Bajo la disciplina y el orden. Era la garantía pública. Con su uniforme azul era el vigía del barrio en sus largos plantones, pero de observación constante. Cuando en horas desacostumbradas de la noche veía algún muchacho en las esquinas, le preguntaba "Que estás haciendo acá? Estudiás? Trabajás?" Puede decirse de esta forma que cuidó de la juventud del Bajo. Lo mismo hacía con los borrachos. En forma persuasiva los hacía llegar a sus casas. Con su método nunca se vio en la necesidad de llevarlos a la comisaría. Todos respetaban al agente Duarte.

La señora Serafina López contó estos relatos con verdadero entusiasmo sobre aquellos años de su vida y la de su familia. Junto a sus hermanos permaneció viviendo en el Bajo Belgrano, en su casa de la calle La Pampa al 600 por muchos años, hasta la década de 1990. Tenía un gran parral, ciruelos, higuera en sus fondos, donde se encontraba la frescura de sus sombras, invitación a la conversación, sin prisa entre los vecinos y a estrechar lazos familiares.

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Bajo Belgrano, Buenos Aires, Argentina